La casualidad ha querido que la terraza de mi casa dé a la Avenida de los Actores de Tres Cantos (Madrid), lugar en el que está teniendo lugar un a modo de representación de una tragicomedia en dos actos, distanciados una hora una entre sí: el primero consiste en que a las ocho de la tarde salimos a nuestras terrazas y balcones a aplaudir al mundo sanitario por lo que están haciendo por todos nosotros, mientras que a las nueve entran en escena los de las caceroladas, protestando, imagino, contra el gobierno de Pedro Sánchez.
Vamos quedando muy pocos, muy pocos, la verdad, y al parecer esto se acaba. Al menos por el lado de los aplausos. Pero antes de que caiga el telón no está de más conocer algunas cosas y detalles de los seres anónimos que nos vemos las caras en la distancia, en terrazas y balcones, puesto que en este caso nos separa un parque infantil.
He disfrutado, he llorado durante el primer acto, el de los aplausos. Sin saber por qué, un buen día comencé a lanzar abrazos al aire, a los de enfrente, y empezaron a responder algunos. Me quedo con la imagen de un padre y una niña de unos seis años que desde el otro lado de la avenida también lanzaban abrazos en nuestra dirección, hacia mi mujer y hacia mí, saliendo incluso algunos días a la calle a saludarnos desde la acera.
Un día sonó mi teléfono y un señor me comentó que me conocía. Era uno de los aplaude enfrente, y me explicó que pertenecía y que tocaba la dulzaina en el grupo de música de la Casa de Castilla y León de Tres Cantos, donde yo pertenezco al grupo de teatro. Le hacía mucha ilusión abrazarnos en la distancia, máxime siendo miembros de dicha casa.
Por su parte, a las nueve en punto comienza el segundo acto, es decir, que llega la hora nona de las caceroladas. Como no pertenezco a ese elenco de actores, llamémosles el de los cabreados, no sé qué persiguen con todo eso, pero imagino que su intención es mostrar su cabreo y malestar con esta situación y, sobre todo, poner de manifiesto su repulso hacia del gobierno de coalición presidido por el socialista Pedro Sánchez. Estuvieron muy ruidosos en los días en los que los vecinos de la zona rica de Madrid salían a la calle envueltos en la bandera de España, momentos en los que la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, arengaba a los vecinos con su retórica populista.
Como vivimos en una democracia plena, aunque la derecha y la extrema derecha opinen lo contrario, creo que cada cual es muy libre de expresar sus opiniones, siempre y cuando se respeten las normas establecidas ante una situación por nadie deseada. No sé a dónde conducirán las caceroladas, o si el Gobierno saldrá de todo esto maltrecho o fortalecido, pero cuando la tormenta pase sabremos algunas cosas de esta campaña de acoso y derribo sin cuartel; de momento, solo estamos ante la punta del iceberg.
Por mi parte, prefiero quedarme con el primer acto de esta representación callejera, el de los aplausos reconociendo la labor de unos sanitarios que, incluso a costa de estar poniendo en peligro su salud y sus vidas, siguen luchando en la vanguardia intentando salvar las nuestras. Tanto, que cuando escribo estas líneas, y según los datos dados a conocer, ya ha habido 51 mil sanitarios contagiados, mientras que 63 han perdido la vida en su lucha contra un coronavirus que no conoce fronteras.
Como comprobarán, nuestras calles se están convirtiendo en un a modo de corral de comedias donde la tragicomedia ha tomado cuerpo. Esperemos a que caiga el telón…
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