Andrea Blandín
Paquita tiene 93 años, es sorda desde los siete por una negligencia médica, ciega de un ojo desde hace diez, por el otro ve un cinco por ciento por la periferia del mismo, y se alimenta por una sonda que va directa a su estómago. Ha sido positivo en covid-19, lo ha superado y al volver a su residencia le han vuelto a meter en la planta de infectados «porque en el informe no pone que sea negativo».
Incertidumbre, dudas y sufrimiento es lo que ha sentido su familia; y no solo por la situación clínica de la mujer, sino porque sabían que ella no se estaba enterando de nada por sus condiciones.
«Mi abuela necesita que le hablen despacio y vocalizando; si los de la residencia no lo hacen, menos encima teniendo las mascarillas puestas, seguro que no entendía nada y estaba muy asustada. Y eso nos asustaba a nosotros», explica su nieto Diego; quien dice que le cuesta imaginarse a su abuela mal, ya que siempre está sonriendo y cantando una canción que a él le encanta.
«Mis padres y mi tía son los que mejor se entienden con ella; si hubiesen podido verla, mi abuela hubiese estado más tranquila y todo hubiese sido mejor», continúa.
A pesar de todas las trabas, de la poca ayuda recibida por la residencia y de las patologías previas de Paquita, ha conseguido salir de la covid-19; y lo más interesante es que lo ha hecho sin ni siquiera ser consciente de ello.
Incertidumbre constante
El 2 de abril de 2020, la familia de Paquita recibió una llamada de su residencia, Madrid Sur, en el barrio de Vallecas (Madrid), diciéndoles que la mujer tenía fiebre y dificultad para respirar.
En un inicio les dijeron que podían ser los resquicios de la neumonía que había sufrido un par de meses atrás; pero al ser síntomas de la pandemia, le cambiaron a la planta donde estaban los demás usuarios presuntamente infectados por ella.
Tras una semana con cambios de temperatura y un antibiótico que no hizo efecto, la residencia les pidió permiso para trasladar a la mujer al hospital. «Nos dijeron que ellos no podían hacer más», cuenta Diego.
«La decisión no fue nada fácil, porque al no poderla ver ni hablar con ella, es difícil valorar», asegura. Además, los comentarios que el centro hacía sobre su estado de salud no ayudaban: «no se mueve», «respira mal» y «la vemos apagada».
A esto la familia responde: «¿Cómo no iba a estar apagada y sin moverse siendo una persona dependiente, en silla de ruedas, que no les entiende cuando le hablan y no se puede explicar?».
Ingreso en movimiento
A pesar de la nula información obtenida por la residencia Madrid Sur, decidieron acceder al traslado asumiendo las consecuencias que eso suponía en plena crisis sanitaria. Una ambulancia llevó a la mujer al Hospital Infanta Leonor, donde le hicieron un test de coronavirus y una analítica.
Al día siguiente, les dijeron que le trasladaban al Hospital de Móstoles, y en una llamada posterior, que al Virgen de la Torre. Tuvo que ser la propia familia quien llamase al hospital para que le aclarase a dónde iba a ir Paquita. Si la situación ya era preocupante, se añadía que ni siquiera el centro les daba respuestas.
Finalmente, unos días después le trasladaron al de Móstoles, y les confirmaron que tenía neumonía y era positivo en covid-19.
«En todas las llamadas que recibimos del hospital recalcaban que no nos hiciésemos ilusiones por lo que pudiese pasar», dice Diego; ya que por la edad y las patologías previas, los sanitarios veían difícil su recuperación, «aunque nos decían que era muy fuerte». Y efectivamente, lo era.
Si un ingreso es difícil para cualquiera, cómo sería para ella con gente que desconoce, sin su familia cerca y sin saber qué ocurre. Paquita estuvo más de dos semanas en el hospital, dio negativo en el PCR, y obtuvo el alta médica ese mismo día. Pero los problemas no iban a acabar ahí.
Negativo, pero con los infectados
La familia de Paquita respiraba aliviada al ver que la mujer volvía sana a la residencia, pero esta, de nuevo, no se lo puso fácil.
Aseguraban que en el informe del hospital no ponía que Paquita fuese negativo, y por lo tanto, «le metieron de nuevo con los infectados», dice su nieto incrédulo.
Estuvieron llamando a la residencia para que le llevasen con los no infectados cuanto antes, «pero nunca cogen el teléfono, y cuando lo hacen, dicen que no nos pueden atender». Además, el hospital les aseguraba que a ellos tampoco les cogían las llamadas.
La falta de datos sobre la posibilidad de volverse a infectar del virus, aun ya habiéndolo superado, creaba en la familia de Paquita una inseguridad constante.
Vuelta a empezar
Solo cinco días después de su regreso a Madrid Sur, le rompieron, por sexta vez en año y medio, la sonda por la que se alimenta.
Con el dolor que eso supone para la afectada, añadiendo que ella no ve ni puede expresar lo que le ocurre, Paquita volvió al Infanta Leonor, exponiéndose, una vez más, al riesgo que eso suponía en el mes de abril.
Además de solventar el error de la residencia, le hicieron una radiografía para averiguar el porqué de los picos de fiebre que la usuaria había tenido desde su regreso a Vallecas.
La prueba certificó que la mujer tenía restos de la Covid-19 en sus pulmones, y puso, definitivamente, fin al problema del informe.
Sufrimiento familiar
A todos los contratiempos de la historia de Paquita en particular, hay que sumarle los que la situación de la crisis sociosanitaria está suponiendo para toda la población en general. Más si cabe para las familias que tienen a alguien en una residencia y que llevan dos meses sin poderles visitar.
A pesar de todo, esta familia del barrio de Santa Eugenia, perteneciente a Vallecas, por el momento puede respirar tranquila.
«Estoy súper orgulloso de ella, es increíble lo fuerte que es», dice Diego sobre su abuela; «Lleva toda su vida superando obstáculos, y a pesar del miedo que hemos tenido, este no iba a ser menos».
No cabe duda de que es una verdadera luchadora. Paquita, por favor, nunca pierdas tu sonrisa.