Pedro Salinas nació el 27 de noviembre de 1891 en Madrid, España, y murió en Boston, el 4 de diciembre 1951. Gran parte de su vida la vivió en Estados Unidos, donde llegó por la Guerra Civil Española y por un gran amor.

Su poesía  y ensayos le dieron relevancia tanto en España donde se lo considera miembro de la Generación del 27, como en los Estados Unidos, entre los amantes del español y la cultura hispánica. Por esta razón el 4 de diciembre la Academia Norteamericana de la Lengua Española-ANLE, le rendirá un homenaje en el septuagésimo aniversario de su muerte, con la presencia de destacados académicos y profesores.

Pedro Salinas, estudió en Madrid, comenzó la carrera de Derecho pero la abandona para seguir Filosofía y Letras, y definir su carrera de escritor y docente. Publica en la Revista Prometeo de Ramón Gómez de la Serna, el maestro de las Greguerías.

El Ateneo de Madrid, esa bella institución que tuve el placer de conocer y disfrutar por ser un centro histórico y rector de la cultura, le ofrece a Salinas la posibilidad de ser Secretario de la Sección de Literatura.

Al poco tiempo, en 1914, se casa y vive en París, donde lo nombran Lector de Español en La Sorbona. Conocía bien el francés y su inquietud intelectual lo llevó a sumergirse en la obra de Marcel Proust «A la recherche du temps perdu», que tradujo con especial maestría, junto a José María Quiroga Pla.

La tarea de traductor le interesó siempre, y su interés se acrecienta cuando se instala en los Estados Unidos y debe compartir los dos mundos.

Su actividad docente se completa enseñando en la Universidad de Sevilla, luego en Cambridge y otras instituciones, participando en la creación de la Universidad Internacional de Verano en Santander.

Había publicado su primer poemario «Presagios», donde la poesía es un modo de conocimiento de la esencia profunda del hombre, y donde surge  su «conceptualismo literario», el platonismo y la idea del «pensamiento del amor»; surge a su vez el yo poético, la dialéctica entre el mundo externo y el mundo íntimo.

Al conocer a Katherine R. Whitmore, joven norteamericana, luego profesora de lengua y literatura, estalla el amor en su poesía, a ella le dedica los poemarios La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento, que los adolescentes argentinos devoramos como el elixir del amor sublimado, íntimo y  apasionado. 

Que alegría, vivir
Sintiéndose vivido.
Rendirse
A la gran certidumbre, oscuramente,
De que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
Me está viviendo
. (La voz a ti debida)

La modernidad poética de Salinas radica en expresar su voz interior con sencillez y belleza. Es un conceptualista poético por dejar fluir la idea, por cautivar los conceptos, pero no abandona el aliento poético sin ajustarse a la rima, rescata el octosílabo y endecasílabo como versos preferidos. El mismo se consideraba poeta por la necesidad de manifestar el sentimiento amoroso, algunos críticos lo consideran el «poeta del amor de la Generación del 27».  

Cuando me abrazas, siento
Que tuve contra el pecho
Un palpitar sin tacto,
Cerquísima, de estrella,
Que viene de otra vida. (La voz a ti debida)

Tuve el privilegio de conocer, en México, a su hija Soledad Salinas de Marichal, Solita, quien se ocupó de la obra paterna y de escribir sobre la famosa generación. Enseguida nos entendimos sobre ese impulso inasible que emana de la obra de su padre; conversamos sobre el teatro de Salinas, lo poco  que se había representado, con catorce obras teatrales escritas entre 1937 al 47. S su vez,  me contó de la añoranza de Salinas sobre su  España natal, algo que combatía con sus viajes a Colombia, México, República Dominicana, y Puerto Rico donde dio clases en la Universidad.

En Estados Unidos fue profesor en Wellesley College y luego, en la Universidad  John Hopkins. Aunque podía realizar la docencia y completar su obra literaria y era feliz por ello,  según Solita, sentía la extrañeza, y, ese desapego al país del norte se acentúo en sus últimos años.

Su poesía conquistó al público hispano, hay varias ediciones de Poesías Completas (Aguilar, Barral)  y lo proyectó como el gran lírico de su época, eclipsando incluso  su obra ensayística. 

Sus ensayos evidencian a un poeta interpretando a otros poetas, como es el caso de su libro «Jorge Manrique o tradición y originalidad», y «La poesía de Rubén Darío». En «La responsabilidad del escritor»  plantea aspectos éticos y estéticos, y en «Literatura  española. Siglo XX» refleja su época.

Guillermo de Torre, mi profesor en la Facultad de Letras, nos introdujo en la poética de Salinas, (fueron amigos, se cartearon,) y nos dio una visión de aquella Generación del 27, donde se encuentran los nombres de Jorge Guillén, García Lorca, Gerardo Diego, Rafael Alberti, María Teresa León, Maruja Mallo (los tres últimos exiliados en Argentina), León Felipe, Miguel Hernández entre otros.

Esta generación fue cuestionada por el propio Pedro Salinas que no la consideraba cumpliendo los requisitos generacionales: años, formación intelectual, participación y rasgos comunes de estilo.

Sin embargo, estos escritores se desprenden del aurea de Juan Ramón Jiménez, casi todos ejercieron el vanguardismo y se promulgaron contra el anquilosamiento literario.

Salinas no escapa a su generación, a esa sabia contención, al deseo de la belleza, del sentimiento como expresión humana y a la fuerza del idealismo amoroso. Buscaba como Juan Ramón Jiménez la «Poesía Pura», la esencia de los sentimientos, de las cosas.

Su primera etapa «Presagios», «Seguro azar» y «Fábula y signo» incluye algunos temas futurísticos, pero cuando el amor estalla en su corazón de poeta entra en la época más importante de su lírica con los poemarios ya citados. 

Su última etapa se debe a los versos concebidos en América: «El contemplado», «Todo más claro» y «Confianza».

Es un poeta que alejado de sus raíces culturales, ha vivido largos años en el país del norte pero con la sensación de extrañeza y ajenidad, un sentimiento inexplicable, que nos toca a todos los inmigrantes.

Salinas como poeta lo interpreta en su poesía: a través de la separación de la amada siente la separación del terruño, la extranjería, lo cercano y lo lejano. Finalmente, siempre, el amor.

Presente simple

Ni recuerdos ni presagios:
Solo el presente, cantando.

Ni silencio, ni palabras:
Tu voz, sólo, sólo, hablándome.

Ni manos ni labios:
Tan solo dos cuerpos,
a lo lejos, separados.

Ni luz ni tiniebla,
ni ojos ni mirada:
visión, la visión del alma.

Y por fin, por fin,
ni goce, ni pena,
ni cielo, ni tierra,
ni arriba ni abajo,
ni vida ni muerte, nada:
sólo el amor, sólo amando. (Confianza)

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