Astor Piazzola: cien años y el tango

Astor Piazzola, músico argentino, nació hace cien años, un 11 de marzo de 1921, en la bella ciudad balnearia de Mar del Plata, y murió en Buenos Aires el 4 de julio de 1992. Fue un renovador del símbolo de la Argentina: el tango.

Considerado uno de los músicos importantes del siglo veinte. Innovador, audaz, revolucionó la música tanguera, creando «el nuevo tango» expresión del sentir nacional en tiempos actuales. El compositor le dio al tango nuevos ritmos, matices y variaciones, un soplo de modernidad, impulsó la música ciudadana al futuro sin perder el arraigo del pasado, lo posesionó a nivel internacional. 

Piazzola nació en el seno de una familia de origen italiano; hablaba italiano y también inglés porque se crió en Nueva York, donde estudió con varios profesores, aprendió a amar a Bach y a Gershwin, a recorrer el bajo fondo neoyorquino, y conoció a Carlitos Gardel, a quien acompañó con su bandoneón, y quien le dijo: «Pibe, cuando entiendas el tango no lo vas a largar».  

Y no lo largó, por eso necesitaba Argentina y, al volver, empezó su carrera bohemia conociendo a los grandes maestros, tocando y aprendiendo. Estudió composición con el maestro Alberto Ginastera entre 1939 y 1945.                                                 

Georgina, la hija de Ginastera, me contaba que su padre, el gran compositor de la opera Bomarzo, entabló una amistad perdurable con Astor, se siguieron viendo en París, en Ginebra, en varios lugares, siendo el alumno un reconocido músico. Fue una amistad de toda la vida, cada uno famoso, con distintas carreras musicales.

Piazzola, al ingresar en la orquesta de Anibal Troilo, aprende a hacer arreglos y comienzan sus innovaciones, va conociendo el ambiente tanguero, siente rechazo y  deseos de algo diferente.

Con una beca, Piazzola viaja a Europa, a perfeccionarse con Nadia Boulanger, quien le aconseja que se dedique al tango; Piazzola reconoció que ella lo impulsó en sus anhelos. Francia ama el tango, y en seguida reconoció su talento; en París, estudió, grabó discos, hizo arreglos y afirmó sus conceptos musicales.

A su regreso a Buenos Aires forma el Octeto de Buenos Aires y el mito Piazzola y el «nuevo tango» empiezan a crecer. Comienzan las giras, graba en Estados Unidos, actúa en Puerto Rico, en plena gira muere su padre y escribe «Adios Nonino». Regresa a Argentina y no deja de componer. En el auge de los años sesenta, compone música para textos de los escritores Ernesto Sabato y Jorge luis Borges. Se une al poeta Horacio Ferrer y compone Maria de Buenos Aires y Balada de un loco. Retorna a París consagrado, aceptado y aplaudido.

El Teatro Colón lo invita a presentarse con su orquesta de tango. Comienza sus obras sinfónicas, pero un ataque cardíaco lo lleva a descansar en Italia donde forma un conjunto electrónico. Se presenta en el Olympia de París con un magno concierto.      

La década de los años ochenta es prolifera en obras que ejecuta en Argentina y Europa, aunque nunca se presentará en España, según observé. El tango y España tienen una relación que aún no está del todo estudiada, pensando que «Fumando espero», cantado por Sarita Montiel, es un clásico internacional y compositores y cantantes españoles abordaron esta música. Por otra parte, siempre he creído que el tango y el flamenco tienen una misteriosa conexión.

Piazzola, en medio de presentaciones mundiales sufre una trombósis, lo trasladan a Buenos Aires donde muere dos años después.

Escribió más de trescientos tangos, bandas musicales para películas, fue nominado a los Premios Grammy en 1992 y compuso cientos de arreglos, orquestaciones y obras sinfónicas.

Astor Piazzola vivió «agarrado» a un bandoneón, como mal dicen los argentinos «agarrar por coger». A otros instrumentos se los toca, pero al bandoneón se lo «agarra» con las dos manos. Así tocaba Piazzola «agarrado» a su música con desesperación y sentimiento. Esa noche que mi amigo, el actor Duilio Marzio me dijo: «Vení Adrianita, que toca Piazzola, vamos a escucharlo. No te lo podés perder».  Tenía razón, fue inolvidable. 

Era, como dicen en porteño, un «boliche tanguero» del «centro compadrito», el humo evanescía la escena y allí estaba Piazzola, sentado con su bandoneón.

Estaba frente al «maestro» que aprendió los secretos del tango, y que era famoso por su transgresión musical, sus enojos, su Balada de un loco, y la voz de su compañera Amelita Baltar.                    

Había que verlo tocar el bandoneón y no importa que este instrumento fuera creado por los alemanes, el bandoneón es argentino como el tango, el ombú y el mate. Y no cualquiera lo toca, hay que ser mago y santo para que vibre lo sagrado y lo arrabalero…Para que vibre su rezongo persistente, su queja doliente.

Piazzola sabía sacarle ese sentimiento que penetra como una daga y un perfume a la vez, dolor y aroma tanguero… la nostalgia que se deshace en el aire, como la humedad porteña que llega del Rio de la Plata. Tocaba el tango con una melancolía que venía de los barcos cargados de italianos y españoles de la guerra, del soplo del arrabal marginado, de la lucha diaria por el sustento, del «sueño de América» a veces posible otras inalcanzable y el bandoneón de Piazzola arrollaba la orquesta como el viento pampero, impetuoso, apasionado, abrazándolo todo.

Haberlo escuchado en esa noche de obelisco y jacarandas floridos, de vino tinto y viento del sur fue un privilegio, aún más, saludarlo después en el camarín improvisado, compartir algunos comentarios. Iba o se estaba yendo a Europa, donde comprendían al profeta y al «nuevo tango», mezcla de jazz, Stranvinsky, Bartok y Gershwin. Le escuché lo que dijo muchas veces del bandoneón: 

«Al bandoneón hay que tocarlo con un poco de bronca….y si.. hay que golpearlo, exigirle todo»

Piazzola vivió su vida exigiéndose a pleno, tocaba con todo su cuerpo y componía con el alma. Era como el bandoneón: bronca y emoción, un «fuelle» que se abre para dar lo mejor. 

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